A medida que vamos creciendo, las vivencias
que vamos acumulando hacen que nuestro cuerpo vaya cambiando: las alegrías y
satisfacciones, todos somos conscientes, nos hacen respirar mejor, andar más
ligeros, estar más dinámicos, y esto, a nivel físico, se traduce en un buen
tono muscular, nuestras articulaciones están libres y flexibles, hay un buen
funcionamiento orgánico…
De la misma manera, las
preocupaciones, dolores emocionales, dificultades de la vida, se instauran en
nuestro cuerpo provocando tensiones, músculos rígidos, articulaciones
anquilosadas, respiración mermada, nuestros órganos empiezan a rebelarse y
aparecen úlceras, taquicardias, dolores...
Habitualmente no somos
conscientes de cómo las tensiones que vivimos cotidianamente, tanto las
producidas por nuestra actividad diaria, cómo las emocionales, repercuten en el
funcionamiento de toda nuestra estructura.
Y, puesto que desconocemos como funciona, percibimos el dolor, pero no
somos conscientes de sus causas, y ese desconocimiento nos impide entender la
relación entre como nos sentimos , como vivimos, y lo que le sucede a nuestra
casa, el cuerpo.
Y continuamos con nuestros
quehaceres diarios, haciendo las cosas de la misma manera, efectuando los mismos gestos una y otra vez, adoptando
posturas que quizás no somos conscientes
de que nos sobrecargan o, si lo somos, no sabemos como cambiarlas, y las
tensiones se van instalando en nuestro cuerpo, sumándose unas a otras.